El continente-contenido de la izquierda y el mutante sentido común.

Artículo  publicado en Mundo Obrero

En
los últimos meses parece que los debates dentro de la izquierda organizada y en
parte de la sociedad trabajadora, más pendiente y consciente de las cuestiones
políticas, han cambiado; abandonando o al menos arrinconando algunas de las
cuestiones que estaban en el centro del ágora con anterioridad.

Desde
el inicio de la crisis que venimos padeciendo, la columna vertebral del debate
y por lo tanto de las reivindicaciones estaban en el campo de la economía, las
relaciones laborales y los derechos sociales. Se hablaba de desahucios, de
recortes en sanidad o educación, de precariedad en el mundo del trabajo, bajada
de salarios y reformas laborales regresivas, de la deuda odiosa, la prima de riesgo,
los bancos, las multinacionales, la edad de jubilación etc…
Desde
2008 y de manera más contundente desde 2010, se podía volver a mencionar en
público la palabra «Capitalismo» para nombrar el sistema en el que
vivimos sin que te mirasen como a un bicho raro, o te tratasen como a una
rémora del pasado totalmente desubicada en la realidad natural de las cosas en
la que vivíamos según el imaginario general, o sea el tan cacareado
«sentido común».  Porque antes
de la crisis, para el «sentido común», no vivíamos en el Capitalismo,
sino que simplemente vivíamos en la normalidad. Con sus cosas mejores y
peores.» Pero de Capitalismo ni hablar, oiga» decía el sentido común.
La
precarización y empobrecimiento de la mayoría de la sociedad en estos
años,  es decir, de la clase trabajadora
en su sentido más amplio: asalariados, autónomos, pensionistas, desempleados,
pequeños comerciantes etc… parece que venía a poner las cosas en su sitio en
cuanto al lenguaje por un lado, y en cuanto a la re politización de la sociedad
por otro. Las cuestiones políticas, las cuestiones económicas y las cuestiones
sociales dejaron de ser  un monopolio
involuntario de los  militantes de la
Izquierda política y sindical pasando a ocupar un lugar mucho más relevante en
la cotidianeidad de las vidas de amplias capas de la clase trabajadora y de la
sociedad en general.
En
el  interior de esta sociedad las
personas volvían a reconocerse como clase trabajadora, esa clase que para el
«sentido común» anterior, había desaparecido como los dinosaurios
puesto que lo único que existía eran las Clases medias. En éstas cabía todo lo
que no se muriese de hambre o careciese de la propiedad de  un yate de recreo.
Y la
gente ocupo las plazas, esas mismas donde unos años antes se realizaban
ridículas concentraciones de cuatro pirados, alguno de ellos comunistas o de
IU, claro. O las dos cosas que es peor. Y las huelgas y luchas laborales se
multiplicaron y se volvieron masivas, incluso fuera de los grandes centros de
trabajo donde los sindicalistas son más fuertes. Y las manifestaciones tornaron
contundentes, y surgieron las mareas, el 15M, el 22M. Y Marx, o mejor dicho su
obra, se vendía en las librerías, incluso en las que no eran librerías de
antiguo.
Para
la izquierda real, y defino como tal, a aquella izquierda que siguió luchando
ideológicamente contra el hegemónico pensamiento capitalista en los tiempos del
«fin de la historia y el último hombre» anteriores a esta crisis y
posteriores a la caída de Berlín Oriental y Moscu, se abría de nuevo un
horizonte en el que deshacerse de la sensación de predicar en el desierto.
Nuevos tiempos de desesperanza material que hacían evidente la centralidad de
la contradicción capital-trabajo, que ponía blanco sobre negro en qué tipo de
sistema vivimos, y cuáles son las características del mismo y sus consecuencias
en la vida de la gente. De la gente que vive aquí y de la que vive repartida
por todo el planeta.
Ahora
el sentido común si se atrevía a decir, «que hablamos del capitalismo,
oiga!»
Pero
en los últimos meses el debate y el contenido de la política parece haber
sufrido una sacudida que ha situado en su epicentro otra serie de cuestiones,
que aunque estaban ahí y no son nuevas, se situaban en la periferia. La mayoría
de estas cuestiones pertenecen a los campos del método y del continente de la
política.
Se
habla de primarias abiertas, primarias abiertas a simpatizantes, de nuevas
formas de hacer política, del final de los partidos «clásicos»,
lideres preparados versus dirigentes de aparato, de que es necesaria la
frescura, la ambición, la audacia… y en un totum revolutum enfrentamos la
«nueva» política frente a la «vieja» política.
Pareciera
que todo lo anterior no sirviera ya, incluso que todo lo anterior estuvo mal. Y
en esa lógica para el «sentido común» siempre en mutación, ahora
pertenecer a un partido o a un sindicato, es pertenecer aunque sea un poquito a
eso tan viejo y tan malo. Haber sido concejal, sindicalista o parlamentario,
hasta militante de un partido o sindicato te sitúa un poquito en la vieja
política, en lo malo. Como si Marcelino, Dolores, Alberti, Neruda y otros a los
que seguiremos mentando entre nuestras referencias, no hubieran sido
militantes, sindicalistas o cargos públicos.
Incluso
situarse en el eje Izquierda-derecha es una cuestión superada y sin
importancia, porque estamos a otras cosas más modernas, como el eje
arriba-abajo o el eje oligarquía-pueblo. Como si esto no hubiera pertenecido al
lenguaje de la izquierda frente al lenguaje de la derecha, el que hablaba de
todos nosotros, españoles de clase media frente al enemigo común. A saber, la
selección de Holanda en la final de un mundial, por ejemplo.
Y
las cuestiones que habían ocupado el centro del ágora en estos años de crisis,
parece que, desplazadas del epicentro, se sitúan en la periferia en cuanto al
tiempo que nos ocupan. Y de nuevo empieza a sonarle raro al sentido común
cuando mencionamos la palabra capitalismo. 
«Que el problema es la casta,
los políticos, no vuelva con lo del Capitalismo, oiga!»
De
repente, parte de la izquierda real, la misma a la que me referí antes, en
apenas unos meses, se cuestiona si puede seguir defendiendo lo que siempre
hemos defendido, pero de otra manera y sobre todo con otro lenguaje.  Es decir, cuando amplias capas de la sociedad
y de la clase trabajadora estaban recuperando los contenidos,  el lenguaje y el discurso de la izquierda,
nosotros nos planteamos abandonarlo bajo el criterio de la necesidad de
«ganarnos» a la mayoría.
Como
si eso no fuera lo que estaba sucediendo en los años en los que pasamos según
el «sentido común» de vivir en «lo normal» a vivir en
«el capitalismo»,  o en los que
para este sentido común dejamos de ser clase media para volver a ser clase trabajadora;
en los años en los que pasamos de plazas con cuatro pirados, a plazas
abarrotadas, de huelgas en centros donde los sindicatos son fuertes, a luchas
allí donde hasta ahora no lo eran, de la calma chicha a las mareas. Como si los
libros de Marx se hubiesen vendido por casualidad.
Esa
asunción del lenguaje, discurso y contenido (en ese orden cronológico) propio
de la izquierda ideológica por parte de la clase trabajadora y de la sociedad,
era lenta y gradual y todavía minoritaria si se quiere. Pero se estaba dando un
cambio real y con bases sólidas porque se iba debilitando la ideología
dominante en eso que han llamado «sentido común».
Ahora
parece, que para llegar a esa mayoría a la que la izquierda aún no ha llegado,
se propone asumir y utilizar otro lenguaje y discurso puesto que la mayoría no
comprende nuestro lenguaje y discurso y por eso no apoya nuestros contenidos.
¿Acaso
es posible que la gente asuma el contenido que propone la izquierda si esta
renuncia al lenguaje y al discurso que lo define, que lo explica y delimita? En
mi opinión no. En mi opinión eso nos llevará a nosotras y nosotros a asumir el
contenido de aquella parte a la que aun no hemos convencido, y ese contenido es
el de la ideología dominante, es decir la del sistema capitalista. Y con ello
el sentido común volverá a ser el que marque el capitalismo, justo cuando se
abría la posibilidad de que este, fuera el de la izquierda ideológica.
Por
eso creo que no debemos ni podemos renunciar al lenguaje y al discurso de la
izquierda, porque continente y contenido son parte inseparable de un mismo
proyecto de sociedad, en nuestro caso, el Socialismo. Las cuestiones que
estaban en el epicentro de nuestra propuesta, las que conforman el grueso de
nuestro contenido, nos están ocupando menos tiempo en estos últimos meses,
sustituidas en ese lugar por cuestiones de continente. Cuestiones en las que se
proponen algunos cambios que en mi opinión rompen con el contenido.
Evidentemente
no  quiero decir con esto, que las
«nuevas» cuestiones que tanto parecen preocuparnos ahora no tengan
importancia. La tienen para la izquierda, por eso ya estaban ahí antes, mucho
antes. Desde que yo milito en el Partido Comunista y por ende en Izquierda
Unida estaban ahí, y me consta que mucho antes.
Pero
siendo importantes y siendo nuestra obligación abordarlas, creo que lo más importante
y lo que debe ocuparnos la mayor parte de nuestro tiempo son aquellas
cuestiones que lo estaban haciendo en estos años anteriores y a las que me he
referido al principio.  No vaya a ser que
preocupados del continente, descuidemos el contenido y cuando el niño abra el
maravilloso paquete de regalo multicolor, la caja este vacía.

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